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- "¡Milagro de la ciencia humana! ¡Milagro haberlo encontrado!" - gritaba, aunque nadie lo escuchase. Sufría de Soledad.
Tomó un par de gotas y no se sintió mejor. De hecho, su lengua se paralizó por el extraño sabor del brebaje. Trémulo volvía a sentirse mal, volvía a entender que la enfermedad era incurable. Cayó al piso y vomitó. Quiso despojarse de todo lo que había comido ese día, de todo lo que tenía dentro. Quiso vomitar su estómago entero, su sistema digestivo completo, quiso incluso vomitar su corazón. Sabía que no había forma de curarse, que la Soledad no corría por sus venas, sino por algún otro lugar, por un lugar insospechado. Se dejó caer y lloró. Lloró con la punta de la lengua aún dormida, con medio almuerzo en sus pantalones y con la mirada oculta entre sus dedos. Había aún algo de Soledad en ese ambiente. Flotaba en el aire. No había forma de evadirla.
2 comentarios:
La soledad todo un tema ese amigo! muy lindo su cuentito siga escribiendo nomás..
Umm, este texto podría llevar por título "De cuando G. se tragó un Bucay".
Igual, está bien.
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