Hace un par de semanas, luego de volver al ruedo de las noches acocteladas y de música top y de permitir una plácida euforia, analicé el funcionamiento de sitios así, digo, de boliches. Es claro que la dinámica ronda alrededor de lo puramente visual, de lo externo y, podría decirse, superficial. Pienso en el cuidado (extremado en algunos) que tienen los que van para con sus trajes, vestidos y demás utensilios. Pienso en los esquemas canónicos que algunos intentan (casi desesperadamente) imitar: como los pelos al aire, los teñidos y demás, que deforman (en la mayoría de las oportunidades). Al fin de cuentas, me pregunto, ¿cuál es el código patente que mueve a sitios así, que hace que nos comportemos casi de la misma manera?
Es evidente que todos lo conocemos. De mejor o no tan mejor forma, estamos pendientes. Sabemos quiénes son las estrellas, quiénes estan por primera vez, quiénes ya han pasado su vida ahí, buscando y buscando. Se ve esa búsqueda, esa evidente casi "desesperación" por encontrar el amor eterno en este lugar. ¿De dónde viene esa imposición? ¿De dónde nace la indispensable necesidad de buscarlo y encontrarlo ahí?

El boliche es un lugar de encuentro, de juego, de caretas al estilo Pirandello, quizá con toques pop y algunos más trash. Se hace una excursión interesante por la dinámica de la seducción o la in-seducción de las personas. Se ve el grado de libertad que pueden o no tener al estar expuestos. Cómo baila, cómo se mueve, cómo habla con los amigos. Miramos y especulamos. Nos miran y sacan conclusiones. A veces desespero al sentirme inmerso en ello, pero me solazo cuando siento que nado como un pez en el agua entre este maremágnum. A veces las cosas podrían ser más simples, pero perderían su encanto. ¿O no?