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Salimos de un pequeño centro comunitario, que olía a curry dulce y a vapor de comida casera, y caminamos hasta la parada de su colectivo. Hablamos de trabajo, de cómo hacer currículums (tema que ya me ha agobiado) y otros tips para la vida de un argentino recién llegado.
Cuando volví a casa me decía que estaba haciendo bien las cosas, a pesar de que aún no recibiera ninguna oferta de trabajo (se me vino a la cabeza la frase “Kitchen porter”, cuya traducción más fidedigna sería “friegaplatos”). Y sonreí, ¿no?, qué más hacer. Me detuve frente a un restaurante de comida china que estaba vacío, donde una chica de unos 20 años estaba sentada del otro lado del mostrador, leyendo un libro. Hacía frío, había poca gente en la calle y unos cuantos autos levantaban los papeles del pavimento. Levantó la cabeza casi como en un movimiento instintivo y me sonrió para luego volver a su libro. Seguí rumbo a casa, mirando una gran catedral que está a unas cuadras, que data del siglo XVII. La luz del farol solo mostraba que el gran portal estaba cerrado. A las puntas del techo no se las podía ver, con la noche y la poca luz. A la vuelta unos niños rubios jugaban con un sofá que estaba tirado: habían quitado un almohadón y lo amarraban a un poste con una cinta adhesiva de supermercado. Era Lunes, 15 de Marzo, alrededor de las 21 horas.
1 comentario:
quiero ver la foto de la catedral, quiero, quiero, quiero... guille ya es te has ido y se te extraña
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